Ian estaba en lo cierto. Ian veía la luz, la misma luz que yo. La única luz posible.
Y llegó la noche. La primera noche. La noche a cuyo término el mundo tendría un espúreo menos. Cuando digo espúreo me refiero a uno de esos felices sin substancia, felices de incubadora y algodoncitos. Su incapacidad por salir del armario, por reconocer su miseria existencial, les iba a costar su entrada definitiva en el nicho eterno. Uno menos. Dos, quizás. Poco a poco. Ya lo dije. La obra es grande y definitiva. Otros se sumarán. Otros tomarán nuestro relevo.
Era sábado.
Cenamos en un restaurantito, por llamarle de alguna forma, de la calle Asturias. Habíamos decidido peinar, esa noche, la zona entre Asturias/Llibertat de norte a sur, Verdi/Joan Blanques de este a oeste. Allí estábamos. Tranquilos, dándole vueltas a un café solo, tocados por la locuacidad clarividente que las grandes causas infunden en sus apóstoles. Una llamita de Verdad Absoluta lucía sobre nuestras cabezas. Ian hablaba.
-Para eliminar a gente por el bien de un ideal superior la clave está ahí, en el convencimiento de que el fin justifica los medios. Eso es lo que paradójicamente nos ha transmitido este adorable sistema económico en el que nos hemos criado todos los que ya nacimos con Internet en casa. Ridículos reductos de una moral rara a veces nos han hecho dudar de que esto sea así. Pero ahora ya no valen dudas, ¿no crees, Anakin?
-Cierto, Ian.
-Para solidificar mi convencimiento me pasé toda la noche pasada mirando y remirando videos de desfiles militares de la Unión Soviética. Con el himno de fondo. No he escuchado en mi vida himno más bello que el de la URSS. Fuerte y sentimental al mismo tiempo. Música que despierta al heroe del pueblo que todos llevamos dentro. Y el símbolo, símbolo de símbolos. Hoz, martillo y estrella sobre fondo rojo. Hubo un tiempo en que el mundo temblaba ante la sola visión de ese emblema. Solo por eso ya vale como fuente de inspiración.
-Yo hice algo parecido -dije. -Me inspiré con el Concierto para Violín número 1 de Mendelsohn. Brutal. Tensión y coraje para las almas nobles. Grandeza, pura grandeza.
-Grande, muy grande... -Ian sonrió con medio rostro, mientras sacaba de su bolsa de cuero el tomo de El Club de la Lucha que siempre le acompañaba.
-Sopésalo -me ordenó.
Lo sopesé. Pesaba algo más de la cuenta. Comprendí.
-Pesa a hierro ejecutor, Ian...
-Sí, pero no lo abras. Demasiadas miradas indiscretas. Mira esos dos de allí. O las tías de la barra. Incautas... ¿podrían ser ellas las primeras? -Ian volvió a sonreír. -Pero no, no nos vayamos a precipitar. Larguémonos de aquí. Empiezo a estar ansioso.
La noche no era fría. El barrio hormigueaba de jovenzuelos y papanatas pasados de edad que no conocían otra cultura que la del ocio intelectualoide aborregado. Entramos en varios locales: Heliogábal, Café del Teatro, Continental. víctimas potenciales por doquier. Cualquiera, al azar, hubiese valido. Pero el proceso es sagrado. Teníamos guión, hoja de ruta. Había que seguirlo y así lo hicimos. Por ello entablamos conversación con un buen número de elementos, tratando de diagnosticar, de todos, el de patología más grave. Pero surgieron variables no contempladas y la noche fue mal. Infructuosa de cabo a rabo. Lo reconozco abiertamente: algo fallaba.
Pareciendo que iba a ser lo más fácil del mundo, al final no conseguímos diagnosticar, con claridad, ni un solo caso. Ni uno. Y eso que intenté por lo menos veinte. Quizás fue que eran todos tan parecidos, que no había forma de decir "ese" por encima del resto.
De entrada las mujeres, especialmente las que no pasaban de los treinta, se mostraban receptivas a nuestra estrategia, pero no atendían al guión que, a veces Ian, a veces yo, les íbamos marcando. Únicamente procesaban información extralingüística, calibraban datos relativos a la posibilidad de, al terminar la noche, decidir si acabarían rebolcándose con alguno de nosotros, o con los dos o con ninguno. Por ello nos hacíann hablar a nosotros, cosa que no tenía nada que ver con el guión previsto. Ian optó por callar, mientras yo intentaba dar la vuelta a la situación, y las pocas veces que lo conseguía solo lograba escuchar tonterías sobre Tal, Cual, o Pascual. Nimiedades sobre sus jefes. Es curiosa esta mezcla rara de fascinacion-repulsión que las mujeres sienten por sus jefes. Quizás porque toda mujer adora a un Hitler. Bueno, toda mujer no, solo las convencionales. En fin, todo lo que obtenía era inconsistente y volátil, nada que me permitiese llegar a un veredicto. No había manera que destapasen la carta clave de su existencia real. Encima, la ingestión de combinados hacía que lo que se parecía un poco a lo real sonase falso, y lo falso real, así que la confusión era total. Y ya cuando las conversaciones degeneraban en una sucesión de risas sin sentido lo dejábamos.
Con las mujeres que rozaban los cuarenta sucedía un poco lo mismo, solo que todo mensaje era mucho más breve, más directo, y los temas giraban más entorno a las grandezas profesionales, a los yates, a los éxitos y a las ambiciones sociales.
Con la tropa masculina no hubo forma tampoco. En manadas de entre tres y cinco, como mucho se reían en nuestra cara. A más de uno pensé en dejarlo seco en el labavo, directamente, por pura repelencia epidérmica, por pura irritación primaria. A golpe de láser. ”A ver si te ries ahora, desgraciado”, o algo así. Les salvó que los labavos de estos antros son tan exiguos que la espada no tiene espacio para desplegar su poder en toda su lineal completud, con lo cual se generan riesgos para el ejecutor, para mi, en este caso.
¿Qué estaba pasando? ¿Nos cargábamos de un plumazo a todo dios, o es que los mecanismos de selección debian de ser más finos para hallar un criterio, un orden, un...?
Salimos a tomar aire. En la Plaza de la Virreina un altercado mezclaba a un perroflauta con el dueño de uno de los bares. A casi-hostias.
-¡Rajoy!¡Capitalista con gafitas! -vociferaba el del perro. Le habría quedado algo a deber, o yo que sé. Entre varios clientes les separaron, y el sucio se fue por na callejuela que bordeaba la iglesia.
-¡Ese! ¡Ese pringa! ¡Vayamos tras él! -dijo Ian. y lanzó a correr detrás suyo. Yo lo vi precipitado, pero no podíamos acabar la noche de vacío. Corrí. Al girar por la callejuela, Ian estaba sacando el arma de su escondrijo de papel, cuando se cruzó por delante nuestro una patrulla de Mossos d'Esquadra. Ian se cortó. Pero según se iba alejando, abordó al rastas. Me acerqué, y le vi agarándole del cuello. al cabo, le propinó un culatazo en la cara que le desplomó por completo, como una marioneta a la que han cortado todos los hilos de la cruceta. Sangraba por la nariz aparatosamente.
-¡Que asco! Olía a alcohol y a infección social profunda. No pienso malgastar una bala en una rata así. vámonos, Anakin, ya está bien por hoy.
Y nos largamos.
Todo fue muy sórdido, la primera noche. En el taxi, yo estaba confundido. En Penitents se bajo Ian, visiblemente ofuscado, contrariado.
-Eso no funciona, Anakin. Alguien de nuestro círculo, tiene que ser alguien de nuestro círculo, de quien conozcamos los pasos, la radiografía de su mente y el calibre de sus miserias. Que no nos haga perder el tiempo. Ya hablaremos.
Seguí hasta las cercanías de los montículos próximos a la Meridiana, donde Barcelona ya empieza a ser otra cosa. tuve dudas, no sé si sobre el fondo o sobre la forma. Debía dormir con ello, y decidir.
Ian no me había dado pasta para el taxi, por ello, como no me llegaba para todo el trayecto, hice parar el vehículo y seguí a pie hasta mi casa.
Así fue.
3 comentarios:
Juas, juas, juas... Singuerlin, jo, jo,jo. Plaça Virreina... ets un perriflauta... ja, ja, ja.
¿Y a qué debo el inmenso placer de tu visita, Gran Margarito? ¿Por fin te has percatado de cuál es la fuente de la que mana la Literatura en Mayúsculas?
Nunca es tarde si la dicha es buena. Te lo dice tu perroflauta favorito, que no perriflauta. A ver si se te pega algo.
Saludos desde Tatooine-Singerlin
Se te nota que eres un apestoso sudaca
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