sábado, 20 de noviembre de 2010

El club de los buenistas (capítulo 4)

Por fin llegó.
Harto estaba de anodinos peleles con historias surrealistas de buenismo mal entendido, erroneo, ilusorio.
Por fin llegó, algo desaliñado, con ese volumen bajo el brazo: "El club de la lucha".
-La has leído? -me preguntó.
-No -dije.
-Habrás visto la película -arqueó una ceja, a modo de reprobación.
-Tampoco -admití.
-Es mi biblia -sentenció.

Se llamaba Ian. Era joven, casi un chaval. Tendría no más de dieciocho. Pelo rubio, rizado, gafitas, mirada a veces perdida, a veces nerviosa, casi siempre inquietante. Jamás sonreía.
Ian vino a la entrevista, y lo que menos hizo fue responder a nada de lo que le pregunté. Parecía leerme el alma y el pensamiento, por lo que pronto pasó a exponer su plan.

-Todo pasa por la acción -parecía un líder fanático. -Acción directa, eliminación.
-¿Eliminación de qué, Ian?
-De lo espúreo, de lo insustancial.
-De "lo"... todo que que cae bajo un "lo" es conceptual, Ian. Concreta, por favor -le dije.
-No te hagas el tonto, Anakin. Sabes perfectamente a donde voy. Por eso estoy aquí. Por eso abristes la operación de reclutamiento. Para llegar a este punto. Porque tienes claro un objetivo. Yo soy el medio para ese objetivo. Y si no tienes miedo, también lo eres tú.

Sentí algo de incomodidad. Llegaba la hora de la verdad. Hasta entonces había sido cómodo achacar a la falta de personal cualificado el retraso de la puesta en marcha de la operación. Pero ya no había excusa. Finalmente había aparecido el buenista real, y se acababa así la fase contemporizadora, la fase durmiente. La fase contemplativa, teorizante y acomodada.

-Desde el mismo momento en que leí tu anuncio supe de qué se trataba, supe cual era el fin. Hace tiempo que esperaba poder asociarme con alguien para llevar a cabo la operación necesaria que finalmente lleve a la implantación definitiva de la felicidad a escala global. Pero nuestra labor será germinal, Anakin. Seremos la semilla de un gigantesco proyecto, necesario, inaplazable, del que quizás nunca lleguemos a ver su triunfo final. Pero es nuestra obligación darle inicio, y puesto que no estamos equivocados, otros nos seguirán. Y bien acaba lo que bien empieza, así que no debemos flaquear de inicio. Confio en ti, Anakin.

Le miré. Parecía absolutamente resuelto a poner todo su esfuerzo en pro de ese fin. Ian tenía carisma, aura de líder, una especie de fuerza interior que según como aterraba, y según como fascinaba.

-Anakin, -prosiguió- para implantar el bien hay que actuar desde un cierto mal, y tú lo sabes. Al bien no se llega por el bien. Todo lo contrario. La práxis del bien provoca la consolidación de la debilidad, del parasitismo y de la abulia. Aunque bueno, ese es el panorama que pretendemos corregir. El mal, espero que me entiendas, ya se ha extendido como una invisible capa de aceite. Eso sí, un aceite perfumadamente narcotizante, como un cáncer de inautenticidad que ha acabado por pudrirlo todo. Ya no hay cura a menos que pasemos a la única opción posible, como te decía: la eliminación.

Sabía de qué me hablaba, y algo parecido a un leve escalofrío transitaba por mi espinazo. Era como si Ian me estuviese situando por momentos en otro plano de realidad. Quise cerciorarme de que realmente estaba entendiéndole, por lo que intenté por segunda vez que fuese más explícito.

-Ian, como te decía no puedes eliminar lo malo, en abstracto.
-No. La única forma de eliminar lo malo es eliminando a los portadores del mal.
-Cierto -dije.
-La única forma de conseguir una faz terrestre poblada de felicidad pasa por eliminar al infeliz, en toda su extensa y variada diversidad. Y al infeliz, especialmente, que basa su falsa felicidad en conceptos subvertidos. Al infeliz que se niega a reconocer su profunda innecesariedad en este mundo, disfrazándola de mil justificaciones y excusas mal verbalizadas. Al que no hunde su existencia en la honda y terrible vacuidad del ser, no puede llamársele ni feliz ni bueno. A ese o a esa, hay que eliminarlo. Al débil, al incauto, al que siempre ha sido pasto del engaño, al que se ha tragado la hostia bendita de la falsa felicidad de nuestro tiempo. ¿Hablo claro, Anakin?
-Sí.
-Entonces, sabrás ya que habrá que matar. Y mucho.

Esa frase, esa misma, la que Francisco de Quevedo dirigió al Capitán Alatriste. Hice notar a Ian esa curiosa coincidencia, pero se mostró indiferente al comentario.
-¿Eso dijo Quevedo? No lo sabia. Aunque poco me importa. Ahora ya tan solo importa no demorar más la puesta en marcha del proyecto. Venga, saca papel y tinta. Concretemos ya.

3 comentarios:

Sombrero de copa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sombrero de copa dijo...

Joer Truji, que pesado eres con tu pretensión de dar la "vara" literaria. ¿No te dijeron tus papás o tutores, que había que ser educado y que donde no hay lectores había que evitar insistir?. ¿Pues qué haces, muchacho...? ¿Piensas que todos somos igual de tontos que maese Criteri? ¿O piensas que a los fenicios y gente llana la engañas con tu enfermiza insistencia que sólo tu boba y embelesada Galatea te aplaude y recompensa?. Hala, duerme tranquilo, apolíneo maniquí; mañana comprobarás que sigues igual, sin que tu suerte literaria haya mejorado un ápice... o sea que, eres igual de patán que cuando te acostaste. Saludos desde la zahúrda sideral.

Anónimo dijo...

Pues a mí me gusta como escribe, caballero. Sigo con interés su historia, aunque nunca comente.