miércoles, 25 de agosto de 2010

El club de los buenistas (capítulo 1)

La primera entrevista tuvo por protagonista un sujeto, Antonil B., que llegó puntual a la cita. Era un tipo mayorcete, serio, que aparantaba unos cincuenta años, flaco, semi-calvo, que vestía una especie de camisa oriental de lino, barata, y pantalón tejano negro. Su mirada al principio parecia perspicaz, aguda, pero en seguida le veías un algo, un no sé qué de rata desconfiada. Su rariz alargada, terminada en bola, y su frente algo achatada le conferían un halo de inteligencia escasa.
Le hice sentar en el sillón, y yo me situé delante suyo, sentado en una funcionalísima silla japonesa de esas de mantener la espalda erguida y prevenir achaques de columna. A mi derecha, la mesita de té, con mi espada laser encima, que nunca sabes a qué loco te acabas de meter en casa. Pidió fumar, y se lió un pitillo de tabaco Pueblo. Confundió la vaina de mi espada con un mechero, y tuve que ir a la cocina a por fuego. "El típico -pensé- que cuando no se deja el papel se deja el mechero, y cuando no, se ha quedado sin tabaco". Me senté de nuevo, y por fin, después de todos los preámbulos, empezaba la primera entrevista de mi anhelado cásting.

-¿Empezamos? -dije.

-Adelante -respondió.
-Vamos allá. ¿Por qué te consideras una buena persona, Antoni?
-Principalmente porque para aguantar todas las putadas de mi familia se necesita serlo.
-¿Te refieres a tus hijos, tu mujer..?
-No, no tengo ni hijos ni mujer. Me refiero a las putadas de mis hermanos y mis cuñados. Bueno, y hermanas; y cuñadas. Doce, en total.
-¿Qué te hacen, Antoni?
-Me quieren echar de mi casa.
-¿Y cómo es eso, Antoni?
-Porque dicen que ese piso se tiene que vender, que es la herencia de mis padres y que si estoy yo allí metido no pueden.
-¿Tú no tienes casa, Antoni?
-Sí, -dijo, con un punto de orgullo burgués- yo tengo un piso en Tarragona, donde viví diez años. Pero coincidiendo que murió mi madre, y que yo quería volver a Barcelona, me metí a vivir ahí. Yo les he dicho a mis hermanos que cuando venda el piso de Tarragona ya me iré y me buscaré la vida. Pero ellos tienen prisa. Viven cegados por el dinero. Cada noche sueñan con los millones. Antes echan a un hermano a la calle que comprender sus problemas.
-¿Y Cómo va la venta del piso de Tarragona? ¿Te mueves?
-Hombre, claro... hace trece meses que está ahí, a la venta, pero ya sabes que los pisos cuesta venderlos, con la crisis y todo... pero el problema mayor es que ese piso me lo han ocupado.
-¿Vas a echar a los okupas? ¿Estás en ello?
-Bueno, la verdad es que me da algo de pereza, y además yo apoyo que si hay vivienda desocupada... eso es ser buena persona, ¿no?
-¿De qué vives, Antoni? Tienes ingresos fijos, regulares?
-Sí. Cobro 400 euros, de unas clases de guitarra que doy, dos veces a la semana.
-Vaya... vives con poco, y además dispondrás de tiempo... eres un tipo casi plenamente ocioso...
-Sí, pero eso no es malo. Hay que darle la vuelta al planteamiento capitalista del consumir, consumir, consumir... hay que lograr tiempo, tiempo, tiempo... Es lo que he conseguido. Creo que en este setido soy un buen ejemplo.
-¿En qué empleas tu tiempo? ¿Compones? ¿Tocas con gente?
-No. La gente no entiende mi música, y yo paso de tocar standards.
-¿En qué empleas tu tiempo? -insistí.
-Bueno, pues lo típico, me bajo cosas de internet, veo películas en DVD, veo los partidos... cosas así.
Guardamos silencio. A mi ese tipo, sinceramente, me caía mal. Su físico, quizás. Siempre me ha resultado repulsiva la gente alta con movimientos nerviosos. Tenía ojos de rata de despensa, siempre al acecho del queso, de la madalena, del tubo de desagüe al que roer.
-Antoni, quizás deberías volver a Tarragona, y dejar que tus hermanos... -le dije, por ver cómo encajaba los consejos de sopetón. Hizo una desagradable mueca de incredulidad. Era de esos tipos que siempre mira con mueca, con evidente recelo gestual ante una afirmación ajena.
-Ni hablar. Que se jodan, por avariciosos. La avaricia es un defecto horrible en las personas, y ellos lo son. Además, en Tarragona no tengo amigos. Y de los que tenía me harté. Impresentables, borrachos, puteros...
-¿Aquí tienes amigos?
-Unos pocos, pero buenos.
-Quedas con ellos, salís, les invitas a cenar a tu casa?
-Sí, claro... bueno, salir, poco. Mas bien quedamos en casa. El otro día hicimos una mariscada tremenda... lo compré todo en el Mercado de la Guineueta, ostras, centollos, navajas, unos bogavantes... calidad, oye. Lo cociné todo, un curro que no veas, y después les cobré 30 euros a cada uno...
-¿Les cobrastes?
-Bueno, es un decir, me dieron 30 euros...
-Entiendo. Bueno, Antoni. Quieres añadir algo en favor de tu consideración como buena persona?
El tipo se quedó pensativo. Después dijo, lleno de convicción:
-Yo... mira, yo no juzgo a nadie, y la gente se ha pasado la mitad de su vida juzgándome a mí. Que si eres un vago, que si tienes mucho morro, que si eres esto, que si lo otro... Juzgar es sentirse superior, y yo no me siento superior a nadie. Yo soy como soy, y trato a la gente sin plantearme demasiadas cosas. Y cuando me dan esquinazo, pues entiendo que así es la vida y me callo, y me voy a otra parte. No juzgo.
-Ya te entiendo. Pues bueno, en principio esto es todo, Antoni.
El tipo se quedó mirándome.
-Entonces...
Yo me quedé callado, con mi mirada clavada en sus ojillos nerviosos.
-Ya te llamaremos.
Pues nada, era evidente que con ese tipo ni se podía fundar un club con mínimas pretensiones de hacer algo con pies y cabeza ni nada de nada. No era ese el tipo de buenista que yo traía en mi cabeza. Habría que esperar, sin precipitarse. Bueno, tampoco hay prisa ninguna.
Ya les seguiré contando.

martes, 24 de agosto de 2010

El club de los buenistas (prefacio)

Todo era falso. Padmé Amidala no estaba embarazada. Era una sucia treta para seguir viviendo de gorra en mi ático con vistas al polvo de Tatooine. Es fuerte, pero no está embarazada, y esto tendrá sus consecuencias. De entrada, ya no habrá ni princesa heredera -Leia, con ensaimada en cada oreja- ni sobrino granjero en Dakota, desesperado por no poder servir en el ejército de los buenos. Ah, y parece que George no contaba con eso; yo me figuro, entonces, que pronto le lloverán miles de denuncias, fundamentalmente de usuarios de videoclub que, tras haber pagado religiosamente su cuota, se encontrarán con un atasco argumental fabuloso: ¿de qué chistera, cual conejo fraudulento, habrán salido el rubito bueno, la mojigata de Elche, y por extensión Han Solo -el Jack Sparrow de las Galaxias- y su Karim Abdul- Jabbar disfrazado de perro? Se va a liar la de San Quintín, pero esto no será ya mi problema.

Yo solo sé que se me partió el alma al tener que echar a Padmé. Al principio sollozó, pero en seguida afloró su dignidad de orgullosa niña bien, y encendiendo su último Gold Coast se dio media vuelta y desapareció.

Ya me lo advertían: demasiada princesa para tan poco hijo de esclava, Anakin. En el fondo nunca te quiso. En cambio, la pobrecita Ashoka... esa chica sí era para ti. Con los ojitos con que te miraba... lo mal que la tratastes...

A todo esto, he dejado Tattoine. Nunca hay que cometer el error de permanecer en el lugar donde un día fuiste feliz. He dejado Tatooine y me he venido a la Tierra, y por suerte en seguida me ha salido curro: friego el vestíbulo de la estación de metro de Singerlin. No es un trabajo difícil: solo tengo que tener la precaución de no mezclar lejía con salfumán, pero no por ello me considero un científico. Solo tengo que distribuír las pasadas de mocho con criterio, sin repetir baldosa, pero no por ello me considero un geómetra.

Pero no se acaba aquí mi suerte: en Badalona capital he encontrado un pisito compartido con una cantante excéntrica que estos días está de bolos con la Orquesta Mixolidia. Se llama Mónica, y siempre se queja, porque cada verano tiene menos trabajo. "Operación Triunfo lo ha jodido todo", no para de repetir. Parece un disco rayado, pero a parte de eso se la ve enrollada. Me deja usar su ordenador, y es capaz de entender que mi tolerancia a la suciedad es de 9 en una escala 10, cosa que con Padmé nunca hubo manera.

El problema principal que tengo, ahora mismo, es el exceso de tiempo libre. Por ello le doy vueltas a la cabeza con poca interrupción, y estoy barajando posibilidades del todo disparatadas, como por ejemplo presentarme a las elecciones municipales por alguna lista potente, pero dudo que lo haga; el trato con la gente cada vez se me hace más insufrible, y para la política ya se sabe: lamer, lamer, y lamer.

Quizás, y esta posibilidad es mucho más plausible, intente que one of my dreams comes true. Mi sueño de hace años: montar un cásting. Ver pasar a gente, sondear sus cualidades y, al final, ante su mirada implorante, cargada de incertidumbre, de miedo y de verdad, decirles: gracias, ya te llamaremos.

Un cásting, sí.

Raudo y veloz, he corrido, esta misma mañana, al ordenador de Mónica. He inundado la red con un mensaje: "Se convoca cásting para ser famoso. Único requisito: ser una buena persona. Razón, aquí mismo".

Y para saciar mi terca sed de romanticismo, me he rascado el bolsillo y he publicado este mismo mensaje de convocatoria en un periódico de papel y tinta china. La Vanguardia, decano de los periódicos rotativos de mañana y tarde, de ayer, hoy, y siempre.

Un cásting. Alguien morderá el anzuelo, no lo dudo.

martes, 10 de agosto de 2010

Y no te pude salvar

Más de un infame lo ha pensado, e incluso uno lo ha llegado escribir: es de quillos subirse a las atracciones.

Ante la espantosa miseria del pobre resentido que ya no sabe de qué echar mano para lucir su hedionda minusvalía moral, yo solo te digo, pequeña flor, que lamento no haber sido un super héroe de verdad, y haberte salvado en ese segundo en que tu excitación alegre e inocente se tornó en la gélida y macabra sonrisa de tu muerte. Yo te hubiese salvado, pero soy un ser impostádamente ficticio, con el pespunte de la capa cosido al revés.

Hic omnia tibi dabo. Y yo no te di nada.

Y hoy el templo expiatorio luce con un destello triste. Y por siempre más, cuando yo lo mire, me llegará el eco de tu risa quinceañera, esa promesa truncada definitivamente.

Y la Torre Foster, impávida, sigue también hoy, marcando el compás en la noche.
Y los infames que viven de su propio veneno, seguirán tomando gin-tónics y sudando cinismo por cada uno de los poros de su piel.

martes, 3 de agosto de 2010

Pequeñeces

Cada cual, ya, con las suyas. El tonto que encuentra por fin el lápiz, y lo muestra al mundo, orgulloso, sin saber que es un lápiz sin punta.
El listo que se ve cada vez mas guapo en su autoretrato.
El que se olvidó las gafas de lejos y aún no se ha dado ni cuenta.
El iluso que, cargado de buena fe, aún cree que va a cambiar el curso de los oleajes y las mareas por la simple añadidura de su esforzada gota de agua dulce en un mar oscuro y enfermo.

Pequeñeces. Las que nos hacen vivir, en función de cuál sea nuestro drama interior, nuestra historia pretérita, de nuestros deseos inconfesables y de nuestro anhelo de ser un poco queridos. Tantas son nuestras pequeñeces, mal vestidas de grandezas.

¿Y cuál es la mirada que nos merecemos? ¿La mirada amable, la del buen demiurgo que nos conoce porque nos ha parido, ese que desde su balcón cósmico sonríe sabiendo que no tenemos remedio? ¿O la del Dios Ciego, el que se irrita por nuesta necedad, y que si no nos fulmina es sencillamente porque el tiempo ya se encarga de ponernos a todos en nuestro lugar?

Juguemos, entre tanto. Juguemos, pero no al juego de creer que merecemos ganar algo. Juguemos como cuando niños, con la simple fascinación que nos provocaba la frase mágica: "¿Vale que éramos..."