Cada cual, ya, con las suyas. El tonto que encuentra por fin el lápiz, y lo muestra al mundo, orgulloso, sin saber que es un lápiz sin punta.
El listo que se ve cada vez mas guapo en su autoretrato.
El que se olvidó las gafas de lejos y aún no se ha dado ni cuenta.
El iluso que, cargado de buena fe, aún cree que va a cambiar el curso de los oleajes y las mareas por la simple añadidura de su esforzada gota de agua dulce en un mar oscuro y enfermo.
Pequeñeces. Las que nos hacen vivir, en función de cuál sea nuestro drama interior, nuestra historia pretérita, de nuestros deseos inconfesables y de nuestro anhelo de ser un poco queridos. Tantas son nuestras pequeñeces, mal vestidas de grandezas.
¿Y cuál es la mirada que nos merecemos? ¿La mirada amable, la del buen demiurgo que nos conoce porque nos ha parido, ese que desde su balcón cósmico sonríe sabiendo que no tenemos remedio? ¿O la del Dios Ciego, el que se irrita por nuesta necedad, y que si no nos fulmina es sencillamente porque el tiempo ya se encarga de ponernos a todos en nuestro lugar?
Juguemos, entre tanto. Juguemos, pero no al juego de creer que merecemos ganar algo. Juguemos como cuando niños, con la simple fascinación que nos provocaba la frase mágica: "¿Vale que éramos..."
Cualquier rincón del mundo
Hace 15 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario