Si somos héroes, si alguna vez fuimos héroes, fue por nuestra capacidad de entender que nada tiene valor si no lo ponemos en juego.
Si el villano fue villano fue por el tosco convencimiento de que su gordo trasero, su morcilloso culo, era el tesoro de más valor de toda la creación, y que todo justificaba su salvación. El sollozo, el lamento, la renuncia a ser Señor. La entereza, la dignidad, a cambio de la pervivencia.
Si alguna vez fuimos héroes, es porque supimos que nuestra vida no tiene más valor que el que le damos cuando estamos dispuestos a arriesgarla. Renunciar a la fuerza cierra todas las puertas de la gloria. El cielo de los valientes está cerrado a cal y canto a los que no supieron gritar para infundir a las ratas algo de terror.
Yo así lo vivo, pero sin mística. Mi mística es mi yo. Ojo, no mi ego: estoy hablando de mi palabra y mi ley. Mi maestro lo vivió diferente. Él entiendió el radical nihilismo, el vacío sobre el que debe saltar el héroe. Pero él, tras esta vacuidad esencial, supo encontrar la mística de la paz universal. Y de ahí nunca se apartó.
Vuelvo a ti, pequeño vanidoso, que sacas pecho por una victoria que no te has trabajado. Tu mística es la de aquel que de su humildad y pequeñez sabe hacer su perversa superioridad. Y en tanto que perversa, sostiene que su pequeñez es envidiada, y por ello, ay... odiada.
Si de una victoria no sabes extraer la correcta lección, no tendrá más valor que una derrota.
Te veo, bien de cerca, bien de lejos. Desde mi casa, una apañadísima mobil home de setenta metros cuadrados estacionada en las afueras de Austin, Texas. Cuando Padmé (más bonito que Amidala, por favor) haya parido, nos iremos a Hong kong o Nueva York. Pero de momento, desde Austin salto a Tatooine con más facilidad, y de ahí más facilmente a la nada cibernáutica.
Te segiré hablando, de lo tuyo y lo de todos. Te ha salido un tutor, sin pedirlo. Ya ves.
Cualquier rincón del mundo
Hace 15 años
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