jueves, 24 de marzo de 2011

Nerea



El rato más bonito, Nerea, siempre es ese en que te miro a los ojos y tú me miras, y no nos decimos nada, pero nuestras almas se tienen, se entrelazan y bailan. Mentes cómplices, que entienden y que se entienden.  

Nunca te penetraré, aunque podría. Quizás nunca lo permitirías, aunque podrías. No sé si realmente querría, pero podría. Probablemente si te dejases poseer, si me dejases apoderarme de tu cuerpo de junco, si dejases que lamiese tu vientre liso como la piel de un tambor, si dejases que te partiera en dos, que diese un poquito de si los pliegues de tu vaginita de Barbie, se acabaría lo bonito. Por eso es mejor seguir así, sabiendo que nunca follaremos pero que podríamos.

Nerea, mi Nerea, alocada, descarada, sabedora y consciente de los destrozos que pueden hacer en un hombre mal pertrechado ese rostro de piel perfecta, esos ojos azul piscina, esa melena rubia,  esa sal y pimienta en la risa, en el habla, en los gestos. Es extraño lo que hay entre tú y yo, Nerea.  Es extraño, divertido, bonito. A veces pienso que es hasta peligroso, pero después recapacito y me doy cuanta de que no.

Nerea, sabes que sé que me quieres. Sabes que te quiero. Los dos sabemos que nos queremos a rabiar. Y tú sabes, además, que yo te quiero con ese amor paciente, distante, incondicional, ideal para tu naturaleza de gato. Sabes que cuando vayan maldadas Anakin no te fallará, por la debilidad que tiene por ti. Que Anakin es como tu padre y tú, mi Nerea, eres esa niña, esa hija por quien el padre mataría. Pero no somos padre e hija, y por eso, podríamos follar, y por eso jugamos como si fuésemos a hacerlo.  Aunque nunca follaremos, bien podríamos. Lo sabemos, y ahí está lo bonito de nuestro juego.

viernes, 4 de marzo de 2011

Máxima seriedad

Alicia se descarga. Aprovechando que me encuentro solo en la oficina, me va sacando temas de conversación, cada vez más orientados a sus dificultades con el trabajo, sus superiores, sus encontronazos con David, el brabucón cachas que la manda callar, que le hurga en los dossieres, que se mete sin permiso en su ordenador. Cree que hay cierto acoso. Ella detecta una una especie de atracción-repulsión por parte de David hacia ella. 

Alicia se descarga. Dice que ella no va a rendirse. Que hay días en que lo mandaría todo al carajo, pero que su autoestima, su exigencia profesional se lo impide. 

-Alicia, sinceramente creo que tu problema es que te has autoimpuesto un nivel de exigencia excesivamente alto. Eres hiper-responsable. Deberías aflojar. Debes reírte un poco de todo este fregado. Incluso deberías reírte en la cara de David y compañía. Demuéstrales que estás muy por encima de sus pequeñeces y de sus delirios de grandeza. Les desarmarás. No sabrán por donde cogerte. Al final les harás bailar a tu son.

Pero Alicia, pese a reconocer que sería mucho mejor tomárselo todo de otra manera, prefiere seguir descargándose, y demostrar, veladamente, que en definitiva ya está bien con la situación. Así, descargándose, se puede victimizar, y puede abrir ante mi el abanico de su reclamo: soy una chica desvalida que no merece todo por lo que está pasando. Me hace entender que está al límite, que ya no puede más, y que cualquier día cae enferma, aquejada de qualquier cosa física o mental. Entonces....

Entonces me pongo a pensar. Me aventuro a hacerle un diagnóstico-express. Veamos.

Alicia, cuerpecito menudo, ratita muy mona, piel perfecta y apetitosa, siempre ha querido ser una sex simbol. Subyugada por los cánones de su tiempo, nunca ha sabido aceptar sus no-medidas 90-60-90. Tampoco su no-metro setentaicinco. Tampoco su líbido hiperactiva y promiscua, más de corte masculino que femenino. Consciente de sus pulsiones animales, brutalmente atajadas por un agudo complejo de culpabilidad -posiblemente heredado de su formación en colegio de monjas- se autocastiga trabajando, trabajando, trabajando más y más y aceptando retos tan exigentes como absurdos.

-Alicia, creo que necesitas una terapia -le digo.
-¿Terapia? sí, creo que necesitaría algo de ayuda externa, lo he pensado más de una vez. Pero cuál, hay tantas hoy en día...
-Conozco una que te puede ir bien. ¿Has oído hablar de la sexoterapia? 

Veo como sus pechos pequeñitos empiezan a latir. Se siente turbada, pero en su voz hay un inconfundible trasfondo de deseo.

-No, nunca había... pero... ¿en qué consiste? A ver, que yo ya practico sexo con Alejo, mi pareja. Nos vemos los fines de semana, y...
-Y entre semana te consagras al trabajo, porque no puedes pensar en otra cosa... aunque sí piensas en otra cosa, aparte de en el trabajo. Piensas en el sexo entre semana y con otros hombres que no sean Alejo. Oye, que no pasa nada. Es solo que ese deseo constante lo tienes que consumar. Y una vez te liberes de esa tensión se te irán aflojando todas las angustias derivadas. Se caerán como un castillo de naipes bajo el soplo de un bebé.
-No sé que decirte, Anakin...
-Piénsalo. Yo te pondré en contacto con un terapeuta. Tendrás que mantener relaciones con él, me imagino que esto ya lo prevés. Él te liberará, ya verás.
Alicia quedó un rato pensativa. Entonces dijo:
-Bueno, no te digo que no lo pruebe... Supongo que si sigo el tratamiento, bajo un diagnóstico científico como el que me acabas de hacer, y con fines terapeuticos... no se considerará una infidelidad... lo digo de cara a Alejo...
-Pues claro que no, mujer. Técnicamente hablando será una praxis terapeutica, nada más. En este sentido quédate del todo tranquila.

Me dio su dirección, y quedamos en el día y la hora  en que le enviaría el terapeuta a su casa.
-Oye, Anakin -dijo, con súbito sobresalto- no me mandarás a David, verdad? Espero que todo esto sea serio...

A la hora convenida sonó el timbre. "Terapeuta", se oyó por el interfono.
Quince segundos de ascensor, hasta llegar al pisito de Alicia.
-Hola, Alicia.
-¿Anakin? ¿Tú?
-Pues claro, ya te dije que el tema era de la máxima seriedad... ¿quien mejor que yo para tratar debidamente a mi paciente? Pero vaya, Alicia, si no lo ves claro aún estamos a tiempo de...
-No, no, nada, pasa, pasa.

Todo tratamiento de sexoterapia bien hecho pasa por una cenita previa, preparada con esmero y cariño. En este sentido, hay que reconocer que Alicia aprobó con nota: una ensaladita de queso de cabra y nueces, y de segundo unas hamburquesas 100% ternera con salsa roquefort. Antes del postre Alicia se disculpó un segundo. Al cabo regresó a la mesa con un pijamita de dos piezas: shorts y camiseta con el cuello muy desbocado, caído hacia un lado, dejando al descubierto un hombro absolutamente sexy. Decidimos no repetir de cuajada con miel, por aquello de no hincharnos demasiado. Bueno, ella quizás lo hizo más por no rebasar el número aconsejable de calorías. Yo no por eso, sinó por lo otro, que ya empiezo a tener una edad y los meneos me dificultan una buena digestión.

Nos sentamos en el sofá. Alicia puso un DVD de una peli americana, el típico bodrio chico-chica-malas-jugadas-del-destino, en que habían escenas de sexo casi explícito, pero muy románticas todas. Al término de la primera de ellas, Alicia tomó el mando del televisor, y con gesto decidido lo apagó. Se quitó las gafas, las depositó encima de la mesita, y me abordó, como quien se sube a un caballo. Sentada encima de mi paquetamen, empezó a sorberme, lamerme, sobarme, desnudarme, a su antojo y placer. A mi, un culito pequeñín y una tetitas tamaño mini pero reconocibles siempre me han parecido plato de gusto, así que mentras ella se servía, yo me servía también, y cada vez quedaba más encantado de la vida por tan sanísima terapia. Cada uno a lo suyo, pero muy bien compenetrados. 

Alicia resultó ser un auténtico volcán, y se lo pasó mejor que un crío en un cajón de arena. Ah, y como ya imaginé, la cosa acabó yendo de repetición, tripitición y aún más. Cuando ya vi peligrar mi integridad eréctil, me cambié de condón, y me coloqué a Alicia encima mío, yo sentado, ella sentada, pero dándome la espalda.
-No te sepa mal, Alicia, pero me he enamorado de este culito que tienes, y te lo voy a penetrar. Nada, lo justito, ya verás.
De pronto volví a mi máximo potencial eréctil, y le metí el glande. Y nada, con levísimos movimientos aquello ya funcionó solo, no me hizo falta meter más. Un río de gusto se me escapó por el pito, y por lo poco que presté de atención oí que a ella tampoco le santaba del todo mal el experimento.
-Esto ha sido la guinda, Anakin... la auténtica guinda...

Me quedé a dormir en su casa, gentileza de compañera, que me cedió un lado de su cama de su habitación de su pisito monísimo. Y nada más, ya no hubo más serenata, ni más tormenta, ni más erupciones salvajes. Paz y gloria, mecidos en brazos de Morfeo. Ella se durmió en el acto, con una sonrisa beatíficamente angelical. Le di un besito en la mejilla, y me tumbé. Tampoco tardé en caer frito. No sé si ronqué... bueno, me temo que sí.

A la mañana siguiente, entes de irme, cuando ya me despedía, Alicia me confesó que aquello había sido un acierto mayúsculo, y que deseaba seguir con la terapia, "hasta que me note curada del todo, pero del todo", remarcó. Yo le dije que lo veía acertado, solo que le propuse si para la nueva sesión deseaba que viniese yo o que le mandase a David. Ella quedó un momento en silencio.
-Tampoco lo tienes que decidir ahora... -dije.
-No, ¿verdad? pues ya me lo pensaré.